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¿Anomalías en la conducta como indicadores del abuso sexual infantil crónico o puntual?
Günter
Köhnken
Al
investigar la cuestión de si un menor ha sido víctima de abuso sexual hay que
diferenciar básicamente dos puntos de partida:
-
pueden
existir manifestaciones explícitas del niño sobre la supuesta agresión sexual,
ya sea ésta pasada o aún actual, o
-
la
sospecha de que un menor es o ha sido víctima de agresión sexual surge sin que
la supuesta víctima haya hecho, ni concreta ni verbalmente, ningún tipo de declaración.
En
cualquiera de los dos casos es preciso aplicar procedimientos de diagnóstico
diferentes y apropiados (o en caso necesario criminalistas), ya sea para
comprobar la información verbal obtenida poniéndola en relación con su
contenido o bien para corroborar o descartar la sospecha que ha surgido por
otras vías.
Investigación
basada en una declaración explícita de abuso sexual
Cuando
un niño/a se ha manifestado en relación a un abuso sexual debería realizarse de
inmediato, si ello resulta posible, un aseguramiento de la prueba. Dicho
aseguramiento incluye ante todo una entrevista adecuada al testigo y realizada
por policías con una formación especial. A menudo se graban dichos
interrogatorios en cintas de vídeo y se transcriben literalmente, de modo que
es posible realizar un análisis exacto del relato original teniendo en cuenta,
en todo momento, la manera en que el menor ha sido entrevistado. En beneficio
del aseguramiento de la prueba sería conveniente, mientras no existan otras
razones que se opongan a ello, llevar a cabo dicho interrogatorio profesional
antes del comienzo de una psicoterapia, en el caso de que esté prevista una. De
esta forma, se garantiza una declaración no influenciada por mecanismos
psicoterapéuticos de superación
y/o
por otras entrevistas y conversaciones. Sobre esta declaración se pueden así
fundamentar las investigaciones posteriores y, llegado el caso, la acusación y
la condena subsiguientes.
Cuando
no se pueda juzgar la credibilidad y fiabilidad de la declaración con absoluta
certeza, se debería asimismo, tan pronto como resulte posible, solicitar un informe psicológico-pericial sobre el
testimonio. El procedimiento diagnóstico utilizado comprende varios componentes
(Tabla 1) que ya han sido descritos con detalle (por ejemplo Koehnken, 2004a,
en prensa; 2004b, en prensa Steller& Volbert, 1997; 2004).
Tabla l. Componentes del dictamen psicológico sobre el testimonio
l. Análisis de las actas
2. Formulación de hipótesis sobre el origen del testimonio
3. Elección de los procedimientos diagnósticos
apropiados para la comprobación de las hipótesis y formulación de un plan de
análisis/investigación
II. Desarrollo de la investigación
a) Anamnesia (propia o ajena) (en caso oportuno)
b) Entrevista psicológico-testimonial sobre los hechos acaecidos
b) Entrevista psicológico-testimonial sobre los hechos acaecidos
c) Aplicación de tests de rendimiento y de personalidad, entre otros (en caso
oportuno)
III. Evaluación de los resultados
5. Análisis de los criterios de realidad
6. Evaluación diagnóstica de los resultados del análisis
de los criterios de realidad considerando:
a) las capacidades cognitivas del testigo (por
ejemplo, facultades verbales, creatividad, Inteligencia)
b) los conocimientos y experiencias específicas del
testigo (por ejemplo, experiencias sexuales anteriores en el caso de un delito
sexual acceso a vídeos porno, conversación
con otros sobre sucesos similares)
c) las características del caso (por ejemplo, el
intervalo temporal entre el suceso y la exploración o la primera declaración,
complejidad de los hechos)
7. Análisis de la constancia/consistencia
8. Análisis de la génesis del testimonio y desarrollo
entre otros de las:
a) Características del contexto del relato original
b) Reacciones de otras personas a la declaración
original
c) Entrevistas anteriores
9. Análisis de la motivación
IV . Evaluación y decisión sobre las hipótesis
formuladas al principio, integrando el contenido de las actas y los propios
resultados diagnósticos.
Contestación a la cuestión
planteada en el dictamen.
Este
método ha sido comprobado sobradamente de forma empírica (por ejemplo Niehaus,
2001; Vrij, 2004) y ratificado por el Tribunal Federal Supremo de Alemania en
la sentencia de 30.07.1999 que sentó jurisprudencia (Tribunal Federal Supremo
Alemán, sala de lo penal, Art. 45, Párr.164) como método elegido para la
evaluación de credibilidad. Se dan, sin embargo, circunstancias en las que este
tipo de análisis del testimonio no se puede aplicar o tan sólo de forma muy
parcial (K6hnken, 2004a, en prensa; 2003).
A
veces no existe una declaración en el sentido de una descripción verbal de los
hechos. Éste puede ser el caso de niños/as muy jóvenes, de personas disminuidas
psíquicas o de testigos que no están dispuestos a prestar declaración.
Posiblemente, el menor supuestamente involucrado haya sido amenazado y
amedrentado por el agresor y, por miedo, no da ningún tipo de información. El
análisis de los criterios de contenido, así como el de la constancia, tiene
como condición previa e indispensable la existencia de una declaración que
sirva como material a analizar. Si falta ese material objeto de análisis, no se
puede por lo tanto llevar a cabo dicho análisis. Con ello hay que prescindir
del único procedimiento de diagnóstico empíricamente comprobado sobre la
evaluación de la credibilidad y se nos presenta la cuestión de si existen alternativas
para el análisis testimonial o si gracias a otros indicadores es posible
extraer una conclusión suficientemente fidedigna de que ha habido un abuso
sexual sucedido en el pasado o que aún se repite en la actualidad.
Investigación sin declaración por parte de la supuesta víctima
La
sospecha de que un menor ha sido abusado sexualmente puede surgir también sin
necesidad de que, hasta ese momento, haya existido un relato del niño/a
implicado/a. Este tipo de sospecha puede surgir de varias fuentes:
-
El
menor presenta en mayor o menor medida en su conducta rasgos "llamativos"
o peculiares que hacen pensar a una tercera persona en un abuso sexual pasado o
de carácter crónico y todavía duradero.
-
En
el contexto del menor se conocen abusos sexuales y se baraja la posibilidad de
que dicho niño/a también se haya visto afectado/a.
En
un caso de este tipo se nos plantea la cuestión de si existen quizás otros indicadores
válidos y suficientes de abuso sexual, además de la propia declaración verbal
del menor. Con ello sería posible, por ejemplo, en el caso de un abuso sexual
continuado y aún permanente, proteger al menor involucrado de posteriores
maltratos y de sus consecuentes daños. El objetivo sería por tanto la detección
precoz del abuso sexual crónico. Si, por otra parte, se parte de la base de que
el supuesto abuso sexual ha sucedido en el pasado, pero no existe ninguna
declaración "aprovechable" de la supuesta víctima, surge la cuestión de si se pueden utilizar indicadores no verbales en lugar
del testimonio (verbal) como prueba del maltrato sexual.
Desde un punto de vista diagnóstico se trata pues de
dos enunciados muy
diversos, que a menudo se pasan por alto en la
bibliografía especializada. En el caso de la detección
precoz de un abuso sexual repetido y aún actual se buscan efectos asociados válidos, diagnósticamente
hablando, característicos de un abuso. Si por el contrario
se buscan “a posteriori" pruebas
de un abuso sexual
ocurrido en el pasado, se requiere para ello
información fidedigna sobre las consecuencias, tanto a corto como a largo plazo, de dicho abuso. No se puede asegurar que los síntomas paralelos y las secuelas de un abuso sexual sean
los
mismos.
Como alternativa al análisis de la declaración verbal
del menor se debaten
varios acercamientos:
-
La interpretación del comportamiento durante el juego
con las
denominadas muñecas anatómicamente correctas.
-
La interpretación de dibujos infantiles.
-
La interpretación de características conductuales
llamativas/peculiares.
-
La evaluación de los síntomas clínicos somáticos.
La interpretación de la conducta durante el juego y de los dibujos infantiles
Las denominadas muñecas anatómicamente correctas[1],
en principio desarrolladas para el trabajo pedagógico-sexual con niños, se han
utilizado también para esclarecer la sospecha de abuso sexual infantil. Por una
parte se intentó demostrar con ayuda de dichas muñecas hechos difícilmente expresables
en el marco de una declaración "convencional", es decir, integrarlas
en cierto modo como ayuda para la exploración. En lugar de describir el
desarrollo de los hechos de manera verbal, éste puede explicarse recurriendo a
tales muñecas.
Mucho más controvertido que este uso como ayuda para
la exploración es la utilización de estas muñecas anatómicamente correctas como
estímulo del comportamiento (Greuel, 1994). Este procedimiento se basa en la
suposición de que los niños que no se pueden expresar verbalmente pueden
representar, mediante gestos durante el juego con dichas muñecas, sus vivencias
como víctima de un abuso. Si, por ejemplo, el pene de una de las muñecas se introduce
en el orificio corporal de otra (por ejemplo en la boca), se interpreta este
gesto como un indicador de sexo oral vivido por el menor. Como prueba para esta
argumentación se citan a menudo experiencias con niños que han sido abusados
sexualmente, de los cuales muchos han mostrado un comportamiento sexual durante
el juego (por ejemplo, Jampole & Weber, 1987). Sin embargo, a este respecto
se malinterpreta con frecuencia que las muñecas, simplemente debido a su
carácter novedoso, podrían incitar también a niños no maltratados sexualmente a
mostrar una conducta aparentemente sexual durante el juego. El requisito
indispensable para la utilización de la conducta lúdica con muñecas
anatómicamente correctas como indicador o incluso como prueba de un abuso
sexual seria una comprobación empírica de la existencia de una conducta lúdica
específica que sólo presentasen los niños maltratados y en ningún caso los
niños no maltratados sexualmente. Hasta la actualidad no se ha podido probar
esto, de modo que Greuel (1994) y Wetzels (1994), después de una valoración de
la bibliografía especializada, llegaron a la conclusión de que, según los
conocimientos de los que disponemos hasta el momento no existe ningún patrón de
conducta lúdica específico del abuso sexual. Por consiguiente, tampoco es
posible, a partir del comportamiento en el juego, extraer conclusiones conforme
ha habido un abuso sexual puntual en el pasado o bien crónico.
Puesto que el carácter novedoso de las muñecas supone
de por sí una "invitación" para muchos niños, su uso como ayuda en la
exploración es en consecuencia problemático, ya que quizás podría objetarse
posteriormente una posible influencia sugestiva. Este peligro es evitable si se
renuncia totalmente al empleo de este tipo de muñecas. En muchos casos, muñecas
que no presentan rasgos sexuales o simplemente cualquier objeto cumplen la
misma función, sin que causen problemas posteriormente a la hora de evaluar el testimonio.
No menos problemática que la interpretación de la conducta
lúdica con muñecas anatómicamente correctas resulta la de los dibujos
infantiles en relación a supuestos actos abusivos. No existe ninguna clase de
diagnóstico empírico fidedigno, según el
cual se justifique la interpretación de dibujos concretos como síntomas de
abuso sexual. Las interpretaciones propuestas son, por ello, en su mayoría
especulaciones inconsistentes basadas en suposiciones de la psicología popular
(Endres, 1997), las cuales permiten sacar más conclusiones sobre la fantasía de
la persona que efectúa la exegesis, que sobre los posibles hechos vividos por
el menor que ha realizado el dibujo.
El Tribunal Federal Supremo de Alemania ha actuado
consecuentemente al calificar de inapropiados para la evaluación de la
credibilidad todos los procedimientos interpretativos o exegéticos no
legitimados (Tribunal Federal Supremo, sala de lo penal, Art. 45, Párr.164).
Dicha comprobación no sólo es válida para la
evaluación posterior de la credibilidad, sino también y, en igual medida, para
el desenmascaramiento de posibles actos de abuso sexual aún vigentes.
La interpretación de rasgos peculiares/anomalías en la conducta
En la literatura científica popular, a veces también
pseudocientífica, se han publicado en reiteradas ocasiones listas de rasgos
llamativos del comportamiento que se suponen adecuados como indicadores del
abuso sexual (por ejemplo Bommert, 1993; Ecker, Graf, Mempel, Scheidt &
Tempel-Griebe, 1991). Ecker et al. (1991) exponen, entre otros, diversos
trastornos en las funciones sexuales
(tales como vaginismo y fobia al coito), trastornos en el ámbito de la pareja
(por ejemplo, desconfianza hacia los demás), trastornos físicos motores (por ejemplo,
torpeza al bailar o al hacer deporte), trastornos de la autoestima (por
ejemplo, miedo al éxito). La tabla 2 nos ofrece una visión general de los
mencionados rasgos peculiares que suelen ser interpretados como supuestos
síntomas de abuso.
Tabla 2. Ámbitos conductuales en los que, según la bibliografía, se presentan diferencias
entre menores abusados y no abusados
Reacciones emocionales
Miedos, fobias, TEPT, depresión,
autoestima baja, ideas o intentos suicidas, sentimientos de culpa y vergüenza,
hostilidad y conducta autodestructiva
Conducta sexual inapropiada para la edad
Curiosidad excesiva en torno a la
sexualidad, relaciones sexuales precoces, masturbación o exhibicionismo
descarados, comportamiento sexual inadecuado en el entorno social
Anomalías en la conducta social
Fugas del hogar, dificultades en el rendimiento escolar, absentismo escolar, repliegue de la conducta, hiperactividad,
agresividad
Síntomas somáticos y psicosomáticos
Heridas en los genitales, en el área
anal o bucal, molestias psicosomáticas trastornos en los hábitos alimentarios,
enuresis
Estas listas de síntomas se basan en estudios
empíricos según los cuales los menores, víctimas de un abuso sexual, presentan
más a menudo ciertos síntomas fisicos y/o "anomalías" en el
comportamiento que los niños que no han sido maltratados (entre otros Browne &
Finkelhor, 1986; Kendall-Tackett, Williams & Finkelhor, 1993; Beitchman,
Zucker, Hood, DaCosta & Akman, 1991; Beitchman, Zucker, Hood, DaCosta,
Akman & Cassavia, 1992; Rind, Tromovitch & Bauserman, 1998). A partir de
ello se concluyó que la presencia de tales "anomalías" se puede
calificar como indicador de un abuso sexual ya pasado y, por consiguiente, como
indicador de credibilidad. Por esto se consideran en parte señal para la
detección precoz de casos de abusos sexuales repetidos y aún permanentes
(crónicos).
Sin embargo, en este tipo de conclusiones se pasa por
alto que solamente se pueden atribuir ciertos síntomas concretos (en este caso,
por ejemplo, "anomalías" en la conducta) a una única situación
causante de los síntomas (en este caso el abuso sexual), cuando son
suficientemente específicos de dicha situación. Especificidad indica aquí la
probabilidad de que un síntoma aparezca como efecto asociado o bien como
consecuencia de un hecho concreto y sólo de ese hecho. Las peculiaridades
observadas en relación a un abuso sexual son, sin embargo, en su gran mayoría
no específicas, esto significa que pueden surgir como consecuencia de una
multitud de sucesos traumáticos o estresantes como pueden ser la separación de los
padres, una excesiva exigencia en la escuela, etc. Ya sólo con esto desaparece el
fundamento lógico de la interpretación de las anomalías del comportamiento como
indicadores de un abuso sexual.
Por ello, sobre todo los estudios más antiguos, que
estudian la relación entre experiencias de abuso y anomalías en la conducta,
sólo poseen, como bien informan Rind et al. (1996), un valor informativo
limitado debido a problemas metodológicos. En esta coyuntura incluso la
elección de la muestra resulta ya problemática. A menudo las muestras son
constituidas en su mayor parte o en su total por personas que, debido a su
sintomatología, se encuentran a tratamiento psiquiátrico o psicoterapéutico.
Rind et al. (1998) han advertido que este tipo de muestra no puede ser
considerado representativo. Así, por ejemplo, los pacientes que están a
tratamiento tienden a considerar las agresiones sexuales en su biografía como
la causa de sus trastornos, en mayor medida que los sujetos que no están bajo
terapia; con lo cual se sobrevalora la conexión entre abuso sexual y las
anomalías en la conducta posteriores. Pope y Hudson (1995) así como Rind et al.
(1998) han indicado, además, que en las muestras clínicas a menudo se confunden
las experiencias de abuso sexual con los problemas familiares en general; con
lo cual se dificulta la supuesta relación causal entre abuso sexual y anomalías
conductuales.
Según los resultados de la investigación internacional
llevada a cabo hasta hoy en día no esta tan claro que se pueda partir de la base
(como a veces se ha aceptado) de que, en general, los sujetos que han padecido
abuso sexual desarrollan en lo sucesivo síntomas (Browne & Finkelhor,
1986). En caso que se presenten anomalías en la conducta, éstas varían además
considerablemente en su intensidad (Bauserman & Rind, 1997 entre otros).
Mientras algunos autores encuentran en muestras no clínicas, por ejemplo,
sujetos sólo levemente trastornadas con experiencias de abuso sexual (por
ejemplo Browne & Finkelhor, 1986), informan otros de perjuicios graves y
que se repiten con asiduidad (por ejemplo, Mendel, 1995; Briere & Runtz,
1993). En total Rind et al. (l998), basándose en varios análisis cuantitativos
de la literatura, llegan a la conclusión de que, en muestras no clínicas, la
relación entre experiencias de abuso sexual en la infancia y anomalías
posteriores de la conducta es más bien escasa. En un meta-análisis de 59
estudios y más de 35.000 sujetos (el meta-análisis más extenso sobre este tema
realizado hasta el momento), el 14% de los hombres y el 27% de las mujeres
relataron haber sufrido abuso sexual (Rind et al., 1998). Sorprendentemente la
conexión entre las experiencias de abuso, sufridas y los rasgos llamativos en
la conducta resultó ser escasa y, además, se suele confundir con problemas
familiares. Análisis más amplios mostraron que los problemas familiares tienen
repercusiones más notables que las vivencias de abuso sexual.
Las diversas listas publicadas de características
significativas del comportamiento, que se toman como indicadores de la
existencia de un abuso sexual y, de este modo, se supone que serían idóneas
para la detección precoz de un abuso aún crónico o como prueba para un abuso
sexual ocurrido en el pasado, se apoyan por lo visto en diagnósticos basados en
los resultados de investigaciones actuales. Dichos datos han sido recogidos a
partir de muestras selectivas y no representativas y además se han constatado
confusiones con otras causas potenciales del comportamiento anómalo (sobre todo
problemas familiares). Los síntomas expuestos son, por tanto, no sólo
inespecíficos, para ser validos como indicadores fidedignos del abuso sexual,
sino que también falta una base empírica, aceptada durante largo tiempo, para
que se reconozca y se sostenga la relación entre vivencias de abuso sexual y el
posterior comportamiento anómalo.
Mientras que los rasgos llamativos en el
comportamiento son en general inespecíficos, y por ello no permiten extraer
conclusiones de agresión sexual, a la denominada "conducta sexual"
inapropiada para la edad del menor repetidas veces se le ha atribuido mayor
relevancia diagnóstica (por ejemplo, Conte; Sorensen, Fogarty & Dalla
Rossa, 1991). Esta tesis se basa en reflexiones conceptuales y en diversos
estudios y análisis secundarios donde se plasma que en los menores abusados, en
comparación con niños que no lo han sido, es más probable una conducta sexual
inadecuada a su edad (Beitchman et al., 1991; Browne & Finkelhor, 1986; Friedrich, 1993, 1998; Kendall-Tackett
et al., 1993). De esta forma, Browne y Finkelhor (1986) afirman que los niños
que han sido o son abusados sexualmente experimentan el cariño y la atención
como refuerzo de la conducta sexual y no presentan una moderación fruto de un
aprendizaje discriminatorio (compárese también Volbert, 1998).
También aquí parece ser que se sobrevaloran
considerablemente los resultados empíricos. No todos los menores sexualmente
abusados presentan una conducta sexual inapropiada para su edad, según un
estudio de Kendall-Tackett et al. (1993) ni siquiera la mayoría. A esto hay que
añadir que la frecuencia con la que aparecen este tipo de comportamientos varía
considerablemente dependiendo del estudio (desde un 7% a un 90%; véase Volbert, 1998). No se puede aceptar por tanto, partiendo de los datos
empíricos existentes, que la mayoría de los niños afectados presente una
conducta sexual inadecuada para su edad.
A esto hay que añadir que estos resultados en relación
a aplicaciones diagnósticas en casos particulares para la detección precoz de
agresiones sexuales también resultan problemáticos, ya que a su vez se basan
mayormente en muestras clínicas y por lo tanto su generalización es dudosa.
Aun más grave es el problema de la definición de las
conductas sexuales "normales" de los niños. ¿Qué es realmente
inapropiado a una determinada edad? Volbert (1998) ha señalado, basándose en
una valoración de la bibliografía sobre la psicología evolutiva, que
precisamente se observan en niños de entre 3 y 6 años actividades autoeróticas como, por ejemplo, el mostrar los propios genitales o
la observación y el tocamiento de los genitales ajenos (tanto de otros niños
como de las personas de confianza). A ello se suma que la definición de
comportamiento "inapropiado para una cierta edad" está determinado en
gran medida por los valores (mutables) sociales, culturales y morales. Cuando
este factor no es tomado en cuenta existe el peligro de que la curiosidad
"normal" del menor en determinadas fases evolutivas sea calificada de
sexualidad inapropiada para esa edad[2].
En resumen de todo esto concluimos que una conducta
anómala de cualquier tipo, incluido el supuesto comportamiento inapropiado para
la edad, no es válida como indicador de que haya ocurrido un abuso sexual. La presencia
de tales síntomas no sirve como prueba para analizar la credibilidad de un
testimonio de abuso sexual y tampoco se puede, a partir de la ausencia de las correspondientes
peculiaridades en el comportamiento, concluir que el testimonio es inverosímil.
En cuanto al esfuerzo por detectar tempranamente
agresiones sexuales aún vigentes, esta de por sí difícil situación, se ve
entorpecida por el hecho de que los estudios sobre las consecuencias de agresiones
sexuales (a menudo a largo plazo) no permiten extraer, así sin mas,
conclusiones sobre los efectos asociados a un abuso. No existen conocimientos
empíricos suficientemente seguros sobre los síntomas o anomalías de la conducta
que surgen durante un abuso continuo.
Estos síntomas pueden ser de carácter más intenso, debido a la carga psicológica
aun grave, o también pueden tener un cariz totalmente diferente al de las
secuelas posteriores de un abuso sexual en la infancia.
Los peligros de los diagnósticos, erróneos tanto
positivos como negativos
Los padres, tutores, expertos, médicos, terapeutas,
juzgados y las autoridades se ven en una situación muy delicada debido a la
problemática de los diagnósticos. Cuando tienen indicios de un posible abuso
sexual, pero la victima de dicho abuso no se pronuncia sobre el delito, sean
cuales fueren las razones para ello, se encuentran ante un dilema. Si retiran al
niño/a del seno familiar, a causa de una sospecha, que después resulta ser
injustificada esto puede tener consecuencias irreparables para la familia y
para el menor supuestamente implicado. Si, por el contrario, no se toman
medidas y la sospecha al final se confirma, se sigue exponiendo a la víctima a
las agresiones sexuales.
En relación al aseguramiento de la prueba en casos en los
que el supuesto abuso ya no prosigue, la situación tampoco es mucho mejor, las
consecuencias de un diagnostico erróneo son simplemente otras. Si el delito
contra la libertad e indemnidad sexuales queda sin esclarecer, de modo que no
se puede probar la culpabilidad del autor del delito, esto podría alentar al
mismo a cometer más agresiones. La Interpretación errónea de las
peculiaridades/anomalías en el comportamiento en el sentido de síntomas de
abuso puede por otra parte conlleva a que arraigue la sospecha y, en el
desarrollo posterior de la investigación, conduzca a interrogatorios de
carácter sugestivo y finalmente a una pseudo-verificación de la sospecha
(quizás falsa) (Schulz-Hardt & Kohnken, 2000; Schulz-Hardt, Hofer & Kohnken,
2001). En el peor de los casos, esto puede tener como consecuencia que se
condene a una persona inocente o que resulte imposible declarar culpable al
verdadero autor del delito. Y esto sucede porque la única prueba fehaciente,
que es precisamente el testimonio del menor implicado, ha quedado inutilizable
ya que ha sido emitida bajo una influencia sugestiva.
Conclusiones y consecuencias
Aunque más arriba ha quedado establecido que la
relación estadística entre episodios de abuso y los daños psíquicos posteriores es reducida y se superponen
con otros factores, esto no significa que en un caso particular no se presenten
problemas psíquicos graves, y durante un largo período permanentes, como efecto
asociado o bien como secuela de un abuso sexual. Tales efectos o secuelas no
son, sin embargo, consecuencias ineludibles de este tipo de agresión. Esta constatación puede a veces entorpecer el
diagnóstico y la demostración jurídica o incluso imposibilitarlos totalmente.
Tanto para los progenitores de los niños
involucrados como para las víctimas mismas tiene, no obstante, un lado
positivo: los daños psíquicos tras un abuso sexual no son forzosamente
inevitables. Por ello no es necesario en todos los casos iniciar una terapia.
Aun cuando surgen ciertos síntomas, éstos desaparecen en el caso de algunos
niños implicados en una situación abusiva, incluso sin terapia, después de
cierto tiempo (Browne & Finkelhor, 1986; Kendall-Tackett
et al., 1993).
Cuando los problemas psíquicos y los rasgos llamativos
del comportamiento como consecuencia de un abuso sexual, pero también relacionados
con otras causas (problemas familiares, excesiva exigencia escolar, etc.)
surgen, se establece a veces precipitadamente una única causa al mismo tiempo que se suprimen otras posibles explicaciones. Existe
entonces el grave peligro de incurrir en un procedimiento pseudo-diagnóstico de
comprobación de una hipótesis (Schulz-Hardt & Kohnken, 2000; Schulz-Hardt et al., 2001; Trope & Liberman, 1996). Aquí sólo se comprueba, por ejemplo, si
la información obtenida es compatible con la hipótesis que sirve de punto de partida
(en este caso con la suposición de que ha ocurrido un abuso sexual). Se concluye
entonces, a partir de una simple compatibilidad, que ésta es en consecuencia también una prueba de la certeza de la hipótesis inicial[3].
Por este motivo, las anomalías en la conducta o los resultados de la
exploración física solamente pueden ser empleados como generadores de
hipótesis. Esto significa que las hipótesis alternativas que explican la
sintomática observada deben de ser formuladas sistemáticamente y examinadas con
precisión.
Por último, los síntomas físicos o las anomalías de la
conducta tanto como el diagnóstico ginecológico (compárese Wachter, 2004, en
prensa) no pueden sustituir el testimonio del menor; ésta es la conclusión principal extraída a partir de los
resultados de las investigaciones actuales. El aseguramiento de un testimonio
no contaminado, es decir, no distorsionado por influencias sugestivas, tiene
vital importancia para la argumentación y demostración. Los interrogatorios
inapropiados, en los que a consecuencia de una malinterpretación de los síntomas
físicos o psíquicos se le pregunta algo al niño sugiriendo al mismo tiempo,
pueden, como se ha expuesto anteriormente, incluso hacer fracasar que se
declare culpable del delito al autor del mismo.
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[1] Las muñecas anatómicamente correctas presentan órganos sexuales externos
(vulva, pene) y aberturas corporales (boca, vagina, ano)
[2] El autor ha redactado hace poco un informe pericial para un caso en el que
una terapeuta, debido a una "conducta marcadamente sexual",
sospechaba un caso de abuso y realizó las pertinentes preguntas. La razón: la niña
de 12 años de edad había ido maquillada y con las uñas pintadas a la terapia y
esto fue interpretado como comportamiento inapropiado para [a edad.
[3] Es como si se dedujese a partir de la compatibilidad de una determinada
hora del día y de la suposición de que afuera llueve, la certeza de que
realmente tiene que estar lloviendo.